La naturaleza
La naturaleza entraba en clase y la encontrábamos constantemente en nuestros textos. ¡Los textos libres de los niños de las ciudades deben ser tan diferentes! Sin duda también serán ricos, pero probablemente no estén tan llenos de olores, colores, humedad, calor, ramitas crepitantes, estallidos de vainas secas, etc. Es decir, de todo aquello que percibimos con la piel, por las fosas nasales, los ojos abiertos y los oídos alerta. He encontrado esta naturaleza en prácticamente todos los textos del periódico que publicamos: “Ha nevado. Los abetos parecen pescados pasados por harina”. “Las orugas cubrieron el tronco de la acacia y parecía que tuviese un suéter gris. Quería tocarlas porque parecían de terciopelo, pero papá me dijo que eran venenosas”. “Las hormigas son como pequeñas gotas de agua con patas”. “No quiero tocar ranas. Su piel parece fría”. Como veníamos todos andando a la escuela, cruzando prados y atravesando setos y arroyos, a menudo descubríamos recursos para llevar a clase: un tejón o un búho heridos, un gatito ciego descuidado por su madre por alguna razón desconocida.
<< Sin embargo, no era una naturaleza ni idílica ni edulcorada >>
Me acuerdo de una serpiente muerta, abierta sobre una mesa en el patio, para que pudiésemos descubrir aquellas pequeñas serpientes que no habían tenido tiempo suficiente de nacer. De este modo, era inútil trabajar la teoría de los vivíparos y ovíparos, porque la idea ya estaba fijada para siempre en el alumnado, con el olor a hierro oxidado de la serpiente muerta. Sigue leyendo